martes, 25 de noviembre de 2008

Violencia contra la Mujer



Mundialmente, por lo menos una mujer de cada tres ha sido golpeada, forzada a tener relaciones sexuales, o maltratada de alguna manera en el curso de su vida. El agresor es con frecuencia un familiar. Cada vez más se reconoce que la violencia basada en el género es un importante problema de salud pública y una violación de los derechos humanos.

La violencia contra la mujer es el abuso más generalizado de los derechos humanos, pero el menos reconocido. También es un serio problema sanitario, que consume la energía de la mujer, comprometiendo su salud física y socavando su amor propio. Pese a los elevados costos que ocasiona, casi todas las sociedades del mundo tienen instituciones que legitiman, opacan y niegan el abuso. Los mismos actos que se castigarían si estuvieran dirigidos a un empleador, un vecino o un conocido, no se cuestionan si proceden de un hombre contra una mujer, especialmente dentro de la familia.


La expresión "violencia contra la mujer" se refiere a muchos tipos de comportamiento perjudicial para las mujeres y las niñas por pertenecer éstas al sexo femenino. En 1993 las Naciones Unidas ofrecieron la primera definición oficial de ese tipo de violencia cuando la Asamblea General aprobó la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. De acuerdo con el artículo 1 de la Declaración, la violencia contra la mujer incluye:

Todo acto de violencia basado en el género que resulte, o tenga probabilidad de resultar, en daño físico, sexual o psicológico o sufrimiento de la mujer, e inclusive la amenaza de cometer esos actos, la coerción y la privación arbitraria de la libertad, sea que ocurran en la vida pública o en la vida privada.

El artículo 2 de la Declaración de las Naciones Unidas pone en claro que la definición de violencia contra la mujer deberá abarcar los actos de violencia física, sexual y psicológica en la familia y la comunidad, pero no limitarse a ellos. En estos actos están incluidos la agresión física marital, el abuso sexual de las niñas, la violencia por causa de la dote, la violación, incluida la violación en el matrimonio, y las prácticas tradicionales perjudiciales para la mujer, como la mutilación genital de la mujer. También están incluidos la violencia no marital, el acoso y la intimidación sexual en el trabajo y en la escuela, el tráfico de mujeres, la prostitución forzada y la violencia perpetrada o tolerada por el Estado, como la violación en tiempo de guerra.

La violencia contra la mujer es diferente de la violencia interpersonal en general. La naturaleza y las modalidades de la violencia contra los hombres, por ejemplo, difieren habitualmente de las dirigidas contra la mujer. Los hombres tienden más que las mujeres a ser víctimas de un extraño o de un conocido ocasional. Es más probable, en cambio, que las mujeres sean víctimas de un familiar o de la pareja íntima. El hecho de que por lo común las mujeres están emocionalmente involucradas con los que las maltratan y son económicamente dependientes de ellos, tiene profundas inferencias sobre la manera en que la mujer experimenta la violencia y cuál es la mejor manera de intervenir.

La violencia contra las mujeres y las niñas incluye el maltrato físico y el abuso sexual, psicológico y económico. Generalmente se la conoce como violencia "basada en el género" por desarrollarse en parte a raíz de la condición subordinada de la mujer en la sociedad. Muchas culturas tienen creencias, normas e instituciones sociales que legitiman y por ende perpetúan la violencia contra la mujer. Los mismos actos que se castigarían si estuvieran dirigidos a un empleador, un vecino o un conocido, suelen quedar impunes cuando el hombre lo dirige a la mujer, especialmente en el seno de la familia.


Los efectos de la violencia pueden ser devastadores para la salud reproductiva de la mujer y para otros aspectos de su bienestar físico y mental. Además de causar lesiones, la violencia lleva a que aumente el riesgo a largo plazo de la mujer a desarrollar otros problemas de salud, como dolores crónicos, discapacidad física, uso indebido de drogas y alcohol y depresión. Las mujeres con una historia de maltrato físico o abuso sexual también enfrentan un riesgo mayor de embarazos involuntarios, infecciones de transmisión sexual y resultados adversos del embarazo.
El abuso físico y sexual está presente en algunos de los problemas de salud reproductiva más difíciles de nuestro tiempo: embarazos no deseados, el VIH y otras infecciones de transmisión sexual y complicaciones del embarazo. Un número creciente de estudios documentan las maneras en que la violencia por parte del compañero íntimo y la coerción sexual menoscaban la autonomía sexual y reproductiva de la mujer y ponen en peligro su salud.

Dos de las formas más comunes de violencia contra la mujer son el abuso por parte de sus compañeros íntimos y la actividad sexual forzada, sea que tengan lugar en la niñez, en la adolescencia o en la vida adulta. El abuso por parte del compañero íntimo casi siempre está acompañado de abuso psicológico y de relaciones sexuales forzadas. En su mayoría, las mujeres maltratadas por sus compañeros sufren agresiones en numerosas ocasiones. En realidad, las relaciones abusivas se desarrollan comúnmente en una atmósfera de terror.

El abuso por parte de la pareja íntima, que da lugar a las expresiones "esposas agredidas", "agresión física", o "violencia en el hogar", es generalmente parte de un patrón de comportamiento y control abusivos más que un acto aislado de agresión física. El abuso por parte de la pareja puede adoptar una variedad de formas, incluido el maltrato físico, como golpes, bofetadas, puntapiés y palizas; el abuso psicológico, como el menosprecio, la intimidación y la humillación constantes; y la actividad sexual forzada. En el abuso suele estar incluido el comportamiento de control, tendiente a aislar a la mujer de su familia y amigos, vigilar sus movimientos y restringir su acceso a los recursos.

La violencia por parte del compañero tiene lugar en todos los países y no está limitado a ciertos grupos sociales, económicos, religiosos o culturales. Aunque las mujeres también pueden ser violentas y el abuso existe en algunas relaciones homosexuales, la vasta mayoría de los casos de abuso por parte de la pareja es del hombre contra la compañera.

Si bien la violencia en el hogar tiene lugar en todos los grupos socioeconómicos, los estudios encuentran que las mujeres que viven en la pobreza tienen más probabilidad de experimentar actos de violencia que las mujeres de condición socioeconómica más alta. La condición socioeconómica inferior probablemente refleje una variedad de condiciones que, combinadas, contribuyen a aumentar el riesgo de convertir a la mujer en víctima, varios factores se combinan para aumentar la probabilidad de que un hombre determinado en un ambiente determinado actúe violentamente contra una mujer.

En numerosas culturas se sostiene que el hombre tiene derecho a controlar el comportamiento de la esposa y que la mujer que disputa ese derecho puede ser castigada. En Bangladesh, Camboya, India, México, Nigeria, Pakistán, Papúa Nueva Guinea, Tanzania y Zimbabwe, los estudios revelan que la violencia se considera por lo común una corrección física, o sea, el derecho del marido de "corregir" a la esposa que yerra. Como dijo un marido en una discusión de grupos de enfoque en Tamil Nadu, India: "Si el error es grande, se justifica entonces que el marido golpee a su mujer. ¿Por qué no? La vaca no obedece si no se le pega".

La justificación de la violencia se deriva por lo común de las normas relativas al género, o sea, las normas sociales sobre el papel y los deberes apropiados del hombre y la mujer. Por lo general, los hombres tienen relativamente carta blanca siempre que sostengan económicamente a la familia. De las mujeres se espera que se ocupen de la casa y cuiden a los hijos y que demuestren obediencia y respeto al marido. Si el hombre percibe que de alguna manera su esposa no se ajustó a su papel, fue más allá de los límites establecidos o desafió los derechos del marido, éste puede entonces reaccionar violentamente.

Mundialmente, los estudios identifican una lista constante de sucesos tachados de "desencadenar" violencia. En ellos están incluidos los siguientes: no obedecer al marido, contestarle de mal modo, no tener la comida preparada a tiempo, no ocuparse debidamente de los hijos o la casa, hacerle preguntas sobre el dinero o las presuntas amigas, ir a alguna parte sin su permiso, negarse a tener relaciones sexuales con él, o expresarle su sospecha de que no le es fiel. Todas estas formas de comportarse constituyen una transgresión de la normas relativas al género.
En su mayoría, las mujeres que sufren abuso no son víctimas pasivas, sino que se valen de estrategias activas para lograr el máximo de seguridad para ellas y sus hijos. Algunas mujeres resisten, otras huyen y otras más tratan de mantener la paz rindiéndose a las demandas del marido. Lo que a un observador puede parecerle falta de respuesta a una vida de violencia, puede ser en realidad una evaluación estratégica de lo que debe hacer la mujer para sobrevivir en el matrimonio y protegerse a sí misma y a sus hijos.

La respuesta de la mujer al abuso suele verse limitada por las opciones a su alcance. Las mujeres citan constantemente razones parecidas para permanecer en relaciones abusivas: temor de represalias, preocupación por los hijos, dependencia económica, falta de apoyo de la familia y los amigos, y la constante esperanza de que "él cambie". En los países en desarrollo las mujeres citan lo inaceptable que es ser soltera o no casada como obstáculo adicional que las mantiene en matrimonios destructivos.

Al mismo tiempo, la negación y el miedo al rechazo social muchas veces impiden que la mujer acuda en busca de ayuda. Pese a los obstáculos, numerosas mujeres abandonan finalmente al compañero violento, aun después de muchos años, una vez crecidos los hijos. El tiempo medio que las mujeres permanecen en una relación violenta es de cinco años. Las mujeres más jóvenes muestran mayor tendencia a abandonar antes esa relación.


El abandono de una relación abusiva es un proceso. El proceso comprende por lo común períodos de negación, autoculpabilidad y aguante antes de que la mujer reconozca que el abuso es una modalidad y se identifique con otras mujeres en la misma situación. Este es el comienzo de la ruptura y la recuperación. En su mayoría, las mujeres dejan la relación y retornan varias veces antes del abandono definitivo.
Numerosos gobiernos se han comprometido a acabar con la violencia contra la mujer y han aprobado y puesto en vigor legislación que garantiza los derechos jurídicos de aquélla y castiga a los culpables. Además, las estrategias centradas en la comunidad pueden concentrarse en habilitar a la mujer, llegar a los hombres y cambiar las creencias y actitudes que permiten el comportamiento abusivo. Sólo cuando la mujer ocupe el lugar que le corresponde en la sociedad, en pie de igualdad con el hombre, la violencia dirigida contra ella no será ya una norma invisible sino una horrible aberración.

Hoy día las instituciones internacionales hablan en contra de la violencia basada en el género. Encuestas y estudios están recogiendo más información sobre la prevalencia y la naturaleza del abuso. También está aumentando el número de organizaciones, proveedores de servicios y autoridades que reconocen las serias consecuencias adversas de la violencia contra la mujer para la salud de ésta y para la sociedad.

Un número creciente de programas de salud reproductiva y de médicos comprenden que tienen que desempeñar un papel clave en la tarea de abordar la violencia, no sólo ayudando a las víctimas, sino también previniendo el abuso. A medida que se conoce mejor el alcance de la violencia basada en el género y las razones subyacentes, mayor es el número de programas que encuentran distintas maneras de abordarla.

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