martes, 25 de noviembre de 2008

MALTRATO PSICOLÓGICO CONTRA LA MUJER

El dolor físico que produce en una mujer la agresión de su pareja cesa, se mitiga cuando los sensores somáticos apropiados dejan de enviar comunicaciones a los centros nerviosos encargados de procesarlo. Tras el golpe, tras la paliza, el organismo acciona mecanismos de reajuste que se encargan de restañar las heridas, de rehabilitar en la medida de lo posible un equilibrio que en situaciones de tortura no puede ser más que precario, pues la exposición a la amenaza supedita la salud a la movilización sostenida del sistema de alerta de la víctima, siempre en tensión, agotado. Incluso, en entornos de agresión constante el cuerpo eleva sus umbrales perceptivos y el dolor acumulado se siente menos, se soporta más. Con todo, a pesar de las heridas y cicatrices que los golpes dejan en la piel, el mayor impacto en las mujeres víctimas de violencia por parte de sus parejas masculinas trasciende los confines fisiológicos del organismo, pues es atribuible a las repercusiones psicológicas, a las secuelas emocionales inherentes a las agresiones en una relación íntima.

La violencia, en cualquier escenario, tiene un efecto bidimensional, actuando nocivamente sobre la víctima tanto en un plano físico como psicológico. En el ámbito de la violencia contra la mujer en contextos domésticos, las agresiones siempre provocan consecuencias de índole psicológica asociadas a las lesiones físicas producto de los golpes. Las expresiones de deterioro psicológico encontradas en las víctimas de maltrato habitual oscilan entre la ansiedad crónica o la depresión por desesperanza, hasta la configuración de cuadros psicopatológicos como el síndrome de estrés postraumático. En este síndrome la mujer violentada es invadida por constantes pesadillas y pensamientos interferentes protagonizados por su agresor, se encuentra dominada por una respuesta de alarma desajustada que la hace hipersensible al entorno, y su cuerpo y mente se convulsionan cada vez que evocan un lugar, un recuerdo del ambiente donde sufre o sufriera la violencia.


Todos estos efectos son generalmente identificables a posteriori, se hacen patentes cuando se detecta la violencia. Sin embargo, en el espectro de modos denigrantes de anular a otro ser humano, encontramos otro tipo de maltrato no ligado necesariamente a violencia física alguna, más lento, más sutil, más silente, difícil de detectar, pero no menos insidioso y a veces bastante más destructivo: el maltrato psicológico.

La renovada legislación penal española de abril de 1999 reconoce el maltrato psicológico habitual como tipología delictiva en causas de violencia familiar. No obstante, pocas son las ocasiones en que puede demostrarse judicialmente su presencia y grave incidencia en la salud de la mujer maltratada. El maltratador psicológico no usa de la fuerza de sus manos o piernas, no utiliza objetos para golpear, no agrede sexualmente. Su violencia tiene el mismo objetivo que la aplicada por medios físicos, anular y dominar a la víctima, pero sus recursos son distintos. Prevaleciéndose de su acceso al recinto íntimo de seguridad y confianza construido en la pareja, el abusador psicológico pone en práctica un repertorio diverso de tácticas inscritas en una estrategia general de extinción progresiva de la identidad de la víctima. A menudo enmascarado entre conductas seudoafectivas dirigidas a desorientar emocionalmente a la mujer, el abuso psicológico se encarna en desvalorizaciones; amenazas encubiertas; conductas de restricción de la libertad de la mujer; críticas y ridiculización de aspecto, iniciativas y personalidad; culpabilización y, en torno a ello, un paulatino aislamiento que reduce las probabilidades de escape de la víctima y la expone traumáticamente a un entorno deshumanizante. El conjunto tiene un resultado acumulativo que debilita el sentido de la identidad de la víctima, desposeyéndola de referentes y minando subrepticiamente la capacidad de inserción equilibrada en su propio entorno vital. La integridad psicológica de la mujer abusada se fragmenta y ella comienza a sentirse insignificante, pequeña, avergonzada de ser y existir.

Detectar el abuso psicológico y fijar su existencia mediante medios de prueba es un reto todavía no afrontado con claridad por el sistema de asistencia a las víctimas. En este sentido, el rol de disciplinas como la Psicología Forense y el impulso de la investigación aplicada -en la delimitación conceptual del fenómeno y en la provisión de instrumentos válidos de evaluación- se consideran indispensables en la exacta determinación de las condiciones de convivencia de una pareja donde se perpetúa un agresor. El maltrato psicológico está subyacente, a menudo sin alcanzar el estatus de prueba, en la práctica totalidad de causas penales por violencia doméstica y en la mayoría de causas civiles de separaciones contenciosas. En paralelo, unida a la apropiada instrumentación de medios por parte del sistema de justicia, es necesario extender la concienciación de la población en general acerca la naturaleza e implicaciones del abuso psicológico, un área poco explorada pero cuya comprensión es imprescindible y nuclear para desterrar ciertas dinámicas deshumanizantes de las relaciones de pareja.

Violencia contra la mujer: formas, consecuencias y costos



La violencia contra la mujer adopta muchas formas; física, sexual, psicológica y económica. Estas formas guardan relación entre sí y afectan a las mujeres desde antes de nacer y hasta la vejez. A medidas que las sociedades cambian, las formas de violencia se modifican y surgen nuevas formas. Algunas formas de violencia, como la trata, trascienden las fronteras nacionales.

Las mujeres que experimentan la violencia sufren muy diversos problemas de salud y disminuye su capacidad para participar en la vida pública. La violencia contra la mujer perjudica a las familias durante generaciones, así como a las comunidades, y refuerza otros tipos de violencia en las sociedades.

La violencia contra la mujer también empobrece a las mujeres y a sus familias, comunidades y naciones. Disminuye la productividad económica, agota los recursos de los servicios públicos y los empleadores y reduce la formación de capital humano.

La violencia contra la mujer es compleja y diversa en sus manifestaciones y tiene consecuencias y costos de gran alcance y duraderos. Su eliminación requiere una respuesta amplia, sistemática y determinada.

Según el Estudio a fondo del Secretario General sobre la violencia contra la mujer:

Hay pruebas contundentes de que la violencia contra la mujer es grave y está generalizada en todo el mundo. Los estudios de la violencia contra la mujer realizados en al menos 71 países demuestran que una importante proporción de mujeres sufren la violencia física, sexual o psicológica.

La forma más común de violencia experimentada por las mujeres en todas partes es la violencia física infligida por su pareja. Por término medio, al menos una de cada tres mujeres es objeto de violencia por parte de su pareja durante su vida.

Muchas mujeres son objeto de violencia sexual por parte de su pareja. En un estudio de la OMS realizado en 11 países se llegó a la conclusión de que el porcentaje de mujeres que habían sido objeto de violencia sexual por su pareja fluctuaba entre 6% en el Japón y Serbia y Montenegro y el 59% en Etiopía.

También es un hecho generalizado la violencia psicológica o emocional que ejerce la pareja. La proporción de mujeres que habían sufrido violencia psicológica severa fluctuaba entre 10% en Egipto y 51% en Chile. En la primera encuesta nacional sobre la violencia contra la mujer realizada en Francia se determinó que el 35% de las mujeres habían experimentado presiones psicológicas por una pareja íntima durante un período de doce meses.

El femicidio –asesinato de mujeres – tiene características distintas al asesinato de hombres y suele llevar implícita la violencia sexual. Entre 40 y 70% de las mujeres asesinadas mueren a manos de sus esposos o novios en Australia, el Canadá, los Estados Unidos, Israel y Sudáfrica. En Colombia, cada seis días una mujer muere a manos de su pareja o ex pareja, según informes. Centenares de mujeres fueron secuestradas, violadas y asesinadas en Ciudad Juárez o sus alrededores, en México, en un período de diez años.

Más de 130 millones de niñas han sido objeto de mutilación genital. Esta práctica, que prevalece fundamentalmente en África y algunos países del Oriente Medio, predomina también entre algunas comunidades de inmigrantes en Europa, América del Norte y Australia.

El infanticidio femenino, la selección prenatal del sexo y el abandono sistemático de las niñas son un fenómeno generalizado en Asia meridional y oriental, el norte de África y el Oriente Medio.

Las mujeres experimentan el acoso sexual durante toda su vida. Entre 40 y 50% de las mujeres de la Unión Europea han informado de alguna forma de acoso sexual en el lugar de trabajo. En Malawi, el 50% de las escolares entrevistadas informaron de acoso sexual en la escuela.

La mayoría de los cientos de miles de personas objeto de trata cada año son mujeres y niños, y muchos son objeto de trata con fines de explotación sexual.

Las mujeres son también objeto de violencia cuando se encuentran bajo custodia policial. La violencia contra la mujer que se encuentra bajo custodia policial o en la cárcel abarca la violencia sexual; las prácticas inapropiadas de vigilancia; el desnudo para revisión practicado en presencia de hombres; y las exigencias de favores sexuales a cambio de prerrogativas, bienes o necesidades básicas.

La violencia contra la mujer en los conflictos armados suele manifestarse también en la violencia sexual. Durante el genocidio de 1994 en Rwanda, entre 250 000 y 500 000 mujeres fueron violadas; en los primeros años noventa, entre 20 000 y 50 000 mujeres fueron violadas durante el conflicto en Bosnia.

Muchas mujeres sufren múltiples formas de discriminación y un aumento del riesgo de violencia. Las mujeres indígenas del Canadá tienen cinco veces más probabilidades que otras mujeres de la misma edad de morir como resultado de la violencia. En Europa, América del Norte y Australia, más de la mitad de las mujeres con discapacidad han experimentado el maltrato físico, frente a una tercera parte de las mujeres que no tienen discapacidad.

Las mujeres que son objeto de violencia tienen más probabilidades de sufrir problemas físicos, mentales y de salud reproductiva. Son lesiones físicas las fracturas de huesos y las enfermedades crónicas. Las consecuencias para la salud reproductiva abarcan trastornos ginecológicos, infecciones de transmisión sexual, embarazos indeseados y problemas con el parto.

La violencia en el hogar y la violación representan el 5% del total de problemas de salud entre las mujeres de 15 a 44 años de edad en países en desarrollo y 19% en países desarrollados. La violencia crea mayores riesgos para la mujer de tener una mala salud física y reproductiva, además las mujeres maltratadas tienen una mala salud mental y un funcionamiento social menos acertado.

La violencia antes y durante el embarazo tiene graves consecuencias para la salud tanto de la madre como del hijo. La violencia da lugar a embarazos de alto riesgo y a problemas relacionados con la gestación, incluidos los abortos espontáneos, el parto prematuro y el bajo peso al nacer.

Las mujeres que han experimentado la violencia tienen más riesgo de contraer el VIH. El temor a la violencia impide también que la mujer tenga acceso a la información sobre el VIH/SIDA y reciba tratamiento y asesoramiento.

La depresión es una de las consecuencias más comunes de la violencia sexual y física contra la mujer. Hay muchas más probabilidades de que las mujeres objeto de violencia hagan uso indebido del alcohol y las drogas e informen de disfunción sexual, intentos de suicidio, estrés postraumático y trastornos del sistema nervioso central.

Ser testigo de constantes actos de violencia en el hogar puede crear patrones de conducta violenta en las relaciones personales de por vida.

La violencia contra la mujer puede impedir su plena participación en la actividad económica y cerrarle oportunidades de empleo.

Las niñas que son objeto de violencia tienen menos probabilidades de terminar su instrucción escolar. En un estudio realizado en Nicaragua se determinó que los hijos de mujeres víctimas de la violencia abandonaban los estudios en general cuatro años antes que los demás niños.

Los costos de la violencia contra la mujer, tanto directos como indirectos, son muy elevados. Estos costos abarcan los costos directos de los servicios para tratar y apoyar a las mujeres maltratadas y a sus hijos y llevar a los perpetradores ante la justicia. Los costos indirectos abarcan la pérdida del empleo y de la productividad y los costos en sufrimiento y dolor humano.

En el Canadá, en un estudio realizado en 1995 se calculó que los costos directos anuales de la violencia contra la mujer ascendían a 684 millones de dólares canadienses para el sistema judicial penal, 187 millones para la policía y 294 millones para los servicios de asesoramiento y capacitación, por un total de más de mil millones de dólares canadienses al año. En un estudio realizado en el Reino Unido en 2004 se estimó en 23 mil millones de libras esterlinas anuales, o 440 libras por persona, los costos directos e indirectos totales de la violencia doméstica, incluidos el dolor y el sufrimiento.

DETECCIÓN DEL MALTRATO



Los niños sufren de una variedad infinita de abusos, por lo general, a manos de los propios padres y a menudo sin lesión evidente ni queja. El maltrato infantil incluye una serie de ofensas que van de los extremos de la violación y el asesinato, hasta la más sutil e insidiosa negación de amor. Un niño que crece sin esperar nada sino un entorno hostil aprenderá a vivir dentro de estos límites y adaptará su comportamiento de tal forma que no traiga la mínima agresividad. Son niños que aprenden desde temprana edad a procurar la complacencia de cualquier adulto con el que puedan entrar en contacto como una forma de protegerse a sí mismos.

La habilidad para detectar que un niño ha sido maltratado depende del conocimiento por parte de cada observador, no sólo del estado físico de un menor, sino del comportamiento infantil normal. No basta con notar cualquier cambio en las interacciones sociales de un niño en particular, pues el niño agredido constantemente puede haber sufrido desde la primera infancia. Por consiguiente, cuando un niño parece comportarse de un modo anormal, deberá considerarse la posibilidad de que la causa sea el maltrato. La detección de esta variedad de maltrato infantil depende de dos factores: la preparación en los patrones típicos que aquél presenta y la experiencia para identifi car al niño maltratado.

COMÓ IDENTIFICAR A LOS NIÑOS MALTRATADOS

1. INDICADORES DE CONDUCTA

El comportamiento de los niños maltratados ofrece indicios que delatan su situación. Estos indicios no son específi cos, porque la conducta puede atribuirse a diversos factores. Los comportamientos que se enumeran hacen sospechar una situación de maltrato:

  • ausencias repetidas a clase;
  • disminución del desempeño académico y dificultades de concentración;
  • depresión constante o la presencia de conductas autoagresivas o ideas suicidas;
  • sumisión excesiva y actitud evasiva o defensiva frente a los adultos;
  • necesidad de expresiones afectuosas por parte de los adultos, especialmente cuando se trata de niños pequeños;
  • actitudes o juegos de contenido sexual persistentes e inadecuados para la edad.
2. INDICADORES FÍSICOS

alteración de los patrones normales de crecimiento y desarrollo;
falta de higiene y cuidado corporal;
descuido en el cuidado dental;
señales de castigo corporales;
accidentes frecuentes;
embarazo precoz.

FACTORES ASOCIADOS CON EL MALTRATO Y LAS CAUSAS

1. FACTORES INDIVIDUALES

  • Ascendientes maltratadores
  • Concepto equivocado de la disciplina
  • Falsas expectativas
  • Inmadurez
  • Retraso mental
  • Psicopatías
  • Adicciones
  • Trato brusco

2. FACTORES FAMILIARES

  • Hijos no deseados
  • Desorganización hogareña
  • Penurias económicas
  • Desempleo o subempleo
  • Disfunción conyugal
  • Falta de autodominio
  • Educación severa
3. FACTORES SOCIALES

  • Concepto del castigo físico
  • Actitud social negativa hacia los niños
  • Indiferencia de la sociedad

DIFERENCIANDO MALTRATO Y CASTIGO


Identificar el maltrato como violencia sobre los hijos implica diferenciarlo del castigo, como acción
correctiva, que en la familia se relaciona con intenciones educativas y formativas, y que se permite socialmente para generar y lograr interiorizar en el niño regulaciones sociales que le permitan y faciliten su socialización.

El castigo como reparación es parte de la cultura, de ideales sociales, de creencias que desde los principios éticos y morales de una cultura regulan el empuje a la propia satisfacción de los impulsos sexuales y agresivos, como tendencias comunes que exponen la vida social. Según este concepto el castigo es violencia simbólica, en tanto evita la repetición de actos que sin los límites impuestos, precipitarían al niño y más tarde al adulto a la consecución de un goce inútil.

Si el castigo se ejerce sin crueldad, sin sadismo, sin deseos de venganza y se basa en el amor, tendrá un efecto protector para el niño y le permitirá aceptar las renuncias que sus padres le imponen. Debe considerarse la subjetividad del agresor. El niño, como parte de lo íntimo en la familia, es un objeto interno, es decir, representa para los padres atributos, defectos, deseos y aspiraciones edificados a lo largo de la historia de ambos. La valoración facilitará identificar repeticiones o formaciones reactivas de experiencias vividas por el agresor con aquéllos que forman parte de su propia historia y que permiten, por imitación, una definición de la ofensa y de la reparación.


Los padres deben hacer del castigo un reclamo, una comunicación o un acto de pacificación, que permite en su ejercicio la posibilidad de un pacto, de una transacción o de una cesión, que permita al niño enfrentarse a una ley que admite circunstancias atenuantes externas y subjetivas al cometerse una falta. Aquí la acción del padre que sigue la ley que él mismo quiere hacer respetar, puede presentarse como un acto de amor.

Cuando lo ilógico, lo absurdo, aparece lo simbólico del acto de castigar desaparece en el actuar del padre, haciéndose visible la agresividad que existe en el maltrato. Cuando los seres de los que se depende se convierten en persecutores, y el niño no encuentra su puesto en la casa ni en el amor de los padres, estamos ante el maltrato infantil. El maltrato se identifica por su desproporción, por no tener justificación, por el exceso y la repetición.

El niño se convierte en objeto de una descarga incomprensible de la cual se le hace responsable, denigrándolo, acusándolo y exagerando la falta que cometió. Esto se escucha en las primeras entrevistas de tratamiento. Se evidencia rabia, hostilidad, rechazo, desprecio o decepción, como sentimientos que sostienen la relación con el menor abusado. En el amor ambivalente predominan los afectos negativos. Cuando el amor es resultado de una decepción, se degrada, generando el castigar con crueldad aquello que en el niño falla.

Quien maltrata parte de la insatisfacción con el menor, del que quiere obtener reparación por algo que cree merecer, y a la vez, el maltratado reclama para sí bienes, afectos, tratos que hagan manifiesto el amor. Sin embargo, aunque el reclamo y las demandas de reconocimiento que se dirigen al menor se sostienen en la frustración y en el maltrato físico y psicológico, generarán también carencia de afecto que producirá diferentes efectos en cada niño.

Causas de maltrato infantil



Se supone que los factores de situaciones de estrés se derivan de los siguientes cuatro componentes:

1. Relaciones entre padres: segundas nupcias, disputas maritales, padrastros cohabitantes o padres separados solteros.

2. Relación con el niño: espaciamiento entre nacimientos, tamaño de la familia, apego de los padres al niño y expectativas de los padres ante el niño.

3. Estrés estructural: malas condiciones de vivienda,desempleo, aislamiento social, amenazas a la autoridad, valores y autoestima de los padres.

4. Estrés producido por el niño: niño no deseado, niño problema, un niño que no controla sus esfínteres, difícil de disciplinar, a menudo enfermo, físicamente deforme o retrasado.

Las posibilidades de que estos factores desemboquen en maltrato infantil o abandono, determinan la relación padres-hijo y dependen de ella. Una relación segura entre éstos amortiguará cualquier efecto del estrés y proporcionará estrategias para superarla a favor de la familia. En cambio, una relación insegura o ansiosa no protegerá a la familia que esté bajo tensión; la sobrecarga de acontecimientos, como las discusiones o el mal comportamiento del menor, pueden generar diversos ataques físicos o comportamientos contra el niño.

En suma, lo anterior tendrá un efecto negativo en la relación existente entre los padres y el niño, y reducirá los efectos amortiguadores aún más. Así, se establece un círculo vicioso que lleva a una sobrecarga del sistema familiar y en el cual el estrés constante ocasiona agresiones físicas reiteradas. La situación empeora en forma progresiva, si no se interviene prontamente, y puede calificarse como una espiral de violencia.

De aquí se desprende que la relación padres-hijo debe ser el punto central para el trabajo en la prevención, el tratamiento y el manejo del maltrato y el abandono infantiles.
Finalmente, los valores culturales y comunitarios pueden afectar las normas y estilos del comportamiento de los padres. Éstos recibirán la influencia de su posición social, en lo que se refi ere a edad, sexo, educación, posición socioeconómica, grupo étnico y antecedentes de clase social.

Un grupo importante de padres que maltrata o abusa de sus hijos han sufrido en su infancia falta
de afecto y maltrato. Esto suele asociarse a una insufi ciente maduración psicológica para asumir el rol de la crianza, las inseguridades y perspectivas o expectativas que no se ajustan a lo esperado en cada etapa evolutiva de sus hijos, lo cual genera trastornos en el vínculo y la relación con los niños.

Entonces todo hecho de la vida cotidiana por insignificante que sea, toda actuación que se considere irritante, encuentra un padre o una madre en situación de crisis, con escasa tolerancia y con dificultad para solicitar apoyo externo, situación que facilita el estallido de violencia.
Ningún factor demográfi co predice el maltrato físico.

Solo el abuso físico, en sí mismo es un factor de predicción de la aceptación de la disciplina basada
en métodos físicos y se considera un privilegio o un derecho de los padres en las diferentes culturas. Sin embargo, parece que el abuso sexual en niñas es más frecuente en hispanos que viven en Estados Unidos.

Los factores que se relacionan con el maltrato son los siguientes:

1. La repetición de una generación a otra de una pauta de hechos violentos, negligencia o privación física o emocional por parte de los padres.

2. El niño es considerado indigno de ser amado o es desagradable, en tanto las percepciones que los padres tienen de sus hijos no se adecuan ala realidad de los niños; además se considera que el castigo físico es un método apropiado para corregir y los acerca a sus expectativas.

3. Es más probable que los malos tratos tengan lugar en momentos de crisis. Esto se asocia con el hecho de que muchos padres maltratadores tienen escasa capacidad de adaptarse a la vida adulta.

4. En el momento conflictivo no hay comunicación con las fuentes externas de las que pueden recibir apoyo. En general estos padres tienen dificultades para pedir ayuda a otras personas. Tienden a aislarse y carecen de amigos o personas de confianza.

Violencia contra la Mujer



Mundialmente, por lo menos una mujer de cada tres ha sido golpeada, forzada a tener relaciones sexuales, o maltratada de alguna manera en el curso de su vida. El agresor es con frecuencia un familiar. Cada vez más se reconoce que la violencia basada en el género es un importante problema de salud pública y una violación de los derechos humanos.

La violencia contra la mujer es el abuso más generalizado de los derechos humanos, pero el menos reconocido. También es un serio problema sanitario, que consume la energía de la mujer, comprometiendo su salud física y socavando su amor propio. Pese a los elevados costos que ocasiona, casi todas las sociedades del mundo tienen instituciones que legitiman, opacan y niegan el abuso. Los mismos actos que se castigarían si estuvieran dirigidos a un empleador, un vecino o un conocido, no se cuestionan si proceden de un hombre contra una mujer, especialmente dentro de la familia.


La expresión "violencia contra la mujer" se refiere a muchos tipos de comportamiento perjudicial para las mujeres y las niñas por pertenecer éstas al sexo femenino. En 1993 las Naciones Unidas ofrecieron la primera definición oficial de ese tipo de violencia cuando la Asamblea General aprobó la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. De acuerdo con el artículo 1 de la Declaración, la violencia contra la mujer incluye:

Todo acto de violencia basado en el género que resulte, o tenga probabilidad de resultar, en daño físico, sexual o psicológico o sufrimiento de la mujer, e inclusive la amenaza de cometer esos actos, la coerción y la privación arbitraria de la libertad, sea que ocurran en la vida pública o en la vida privada.

El artículo 2 de la Declaración de las Naciones Unidas pone en claro que la definición de violencia contra la mujer deberá abarcar los actos de violencia física, sexual y psicológica en la familia y la comunidad, pero no limitarse a ellos. En estos actos están incluidos la agresión física marital, el abuso sexual de las niñas, la violencia por causa de la dote, la violación, incluida la violación en el matrimonio, y las prácticas tradicionales perjudiciales para la mujer, como la mutilación genital de la mujer. También están incluidos la violencia no marital, el acoso y la intimidación sexual en el trabajo y en la escuela, el tráfico de mujeres, la prostitución forzada y la violencia perpetrada o tolerada por el Estado, como la violación en tiempo de guerra.

La violencia contra la mujer es diferente de la violencia interpersonal en general. La naturaleza y las modalidades de la violencia contra los hombres, por ejemplo, difieren habitualmente de las dirigidas contra la mujer. Los hombres tienden más que las mujeres a ser víctimas de un extraño o de un conocido ocasional. Es más probable, en cambio, que las mujeres sean víctimas de un familiar o de la pareja íntima. El hecho de que por lo común las mujeres están emocionalmente involucradas con los que las maltratan y son económicamente dependientes de ellos, tiene profundas inferencias sobre la manera en que la mujer experimenta la violencia y cuál es la mejor manera de intervenir.

La violencia contra las mujeres y las niñas incluye el maltrato físico y el abuso sexual, psicológico y económico. Generalmente se la conoce como violencia "basada en el género" por desarrollarse en parte a raíz de la condición subordinada de la mujer en la sociedad. Muchas culturas tienen creencias, normas e instituciones sociales que legitiman y por ende perpetúan la violencia contra la mujer. Los mismos actos que se castigarían si estuvieran dirigidos a un empleador, un vecino o un conocido, suelen quedar impunes cuando el hombre lo dirige a la mujer, especialmente en el seno de la familia.


Los efectos de la violencia pueden ser devastadores para la salud reproductiva de la mujer y para otros aspectos de su bienestar físico y mental. Además de causar lesiones, la violencia lleva a que aumente el riesgo a largo plazo de la mujer a desarrollar otros problemas de salud, como dolores crónicos, discapacidad física, uso indebido de drogas y alcohol y depresión. Las mujeres con una historia de maltrato físico o abuso sexual también enfrentan un riesgo mayor de embarazos involuntarios, infecciones de transmisión sexual y resultados adversos del embarazo.
El abuso físico y sexual está presente en algunos de los problemas de salud reproductiva más difíciles de nuestro tiempo: embarazos no deseados, el VIH y otras infecciones de transmisión sexual y complicaciones del embarazo. Un número creciente de estudios documentan las maneras en que la violencia por parte del compañero íntimo y la coerción sexual menoscaban la autonomía sexual y reproductiva de la mujer y ponen en peligro su salud.

Dos de las formas más comunes de violencia contra la mujer son el abuso por parte de sus compañeros íntimos y la actividad sexual forzada, sea que tengan lugar en la niñez, en la adolescencia o en la vida adulta. El abuso por parte del compañero íntimo casi siempre está acompañado de abuso psicológico y de relaciones sexuales forzadas. En su mayoría, las mujeres maltratadas por sus compañeros sufren agresiones en numerosas ocasiones. En realidad, las relaciones abusivas se desarrollan comúnmente en una atmósfera de terror.

El abuso por parte de la pareja íntima, que da lugar a las expresiones "esposas agredidas", "agresión física", o "violencia en el hogar", es generalmente parte de un patrón de comportamiento y control abusivos más que un acto aislado de agresión física. El abuso por parte de la pareja puede adoptar una variedad de formas, incluido el maltrato físico, como golpes, bofetadas, puntapiés y palizas; el abuso psicológico, como el menosprecio, la intimidación y la humillación constantes; y la actividad sexual forzada. En el abuso suele estar incluido el comportamiento de control, tendiente a aislar a la mujer de su familia y amigos, vigilar sus movimientos y restringir su acceso a los recursos.

La violencia por parte del compañero tiene lugar en todos los países y no está limitado a ciertos grupos sociales, económicos, religiosos o culturales. Aunque las mujeres también pueden ser violentas y el abuso existe en algunas relaciones homosexuales, la vasta mayoría de los casos de abuso por parte de la pareja es del hombre contra la compañera.

Si bien la violencia en el hogar tiene lugar en todos los grupos socioeconómicos, los estudios encuentran que las mujeres que viven en la pobreza tienen más probabilidad de experimentar actos de violencia que las mujeres de condición socioeconómica más alta. La condición socioeconómica inferior probablemente refleje una variedad de condiciones que, combinadas, contribuyen a aumentar el riesgo de convertir a la mujer en víctima, varios factores se combinan para aumentar la probabilidad de que un hombre determinado en un ambiente determinado actúe violentamente contra una mujer.

En numerosas culturas se sostiene que el hombre tiene derecho a controlar el comportamiento de la esposa y que la mujer que disputa ese derecho puede ser castigada. En Bangladesh, Camboya, India, México, Nigeria, Pakistán, Papúa Nueva Guinea, Tanzania y Zimbabwe, los estudios revelan que la violencia se considera por lo común una corrección física, o sea, el derecho del marido de "corregir" a la esposa que yerra. Como dijo un marido en una discusión de grupos de enfoque en Tamil Nadu, India: "Si el error es grande, se justifica entonces que el marido golpee a su mujer. ¿Por qué no? La vaca no obedece si no se le pega".

La justificación de la violencia se deriva por lo común de las normas relativas al género, o sea, las normas sociales sobre el papel y los deberes apropiados del hombre y la mujer. Por lo general, los hombres tienen relativamente carta blanca siempre que sostengan económicamente a la familia. De las mujeres se espera que se ocupen de la casa y cuiden a los hijos y que demuestren obediencia y respeto al marido. Si el hombre percibe que de alguna manera su esposa no se ajustó a su papel, fue más allá de los límites establecidos o desafió los derechos del marido, éste puede entonces reaccionar violentamente.

Mundialmente, los estudios identifican una lista constante de sucesos tachados de "desencadenar" violencia. En ellos están incluidos los siguientes: no obedecer al marido, contestarle de mal modo, no tener la comida preparada a tiempo, no ocuparse debidamente de los hijos o la casa, hacerle preguntas sobre el dinero o las presuntas amigas, ir a alguna parte sin su permiso, negarse a tener relaciones sexuales con él, o expresarle su sospecha de que no le es fiel. Todas estas formas de comportarse constituyen una transgresión de la normas relativas al género.
En su mayoría, las mujeres que sufren abuso no son víctimas pasivas, sino que se valen de estrategias activas para lograr el máximo de seguridad para ellas y sus hijos. Algunas mujeres resisten, otras huyen y otras más tratan de mantener la paz rindiéndose a las demandas del marido. Lo que a un observador puede parecerle falta de respuesta a una vida de violencia, puede ser en realidad una evaluación estratégica de lo que debe hacer la mujer para sobrevivir en el matrimonio y protegerse a sí misma y a sus hijos.

La respuesta de la mujer al abuso suele verse limitada por las opciones a su alcance. Las mujeres citan constantemente razones parecidas para permanecer en relaciones abusivas: temor de represalias, preocupación por los hijos, dependencia económica, falta de apoyo de la familia y los amigos, y la constante esperanza de que "él cambie". En los países en desarrollo las mujeres citan lo inaceptable que es ser soltera o no casada como obstáculo adicional que las mantiene en matrimonios destructivos.

Al mismo tiempo, la negación y el miedo al rechazo social muchas veces impiden que la mujer acuda en busca de ayuda. Pese a los obstáculos, numerosas mujeres abandonan finalmente al compañero violento, aun después de muchos años, una vez crecidos los hijos. El tiempo medio que las mujeres permanecen en una relación violenta es de cinco años. Las mujeres más jóvenes muestran mayor tendencia a abandonar antes esa relación.


El abandono de una relación abusiva es un proceso. El proceso comprende por lo común períodos de negación, autoculpabilidad y aguante antes de que la mujer reconozca que el abuso es una modalidad y se identifique con otras mujeres en la misma situación. Este es el comienzo de la ruptura y la recuperación. En su mayoría, las mujeres dejan la relación y retornan varias veces antes del abandono definitivo.
Numerosos gobiernos se han comprometido a acabar con la violencia contra la mujer y han aprobado y puesto en vigor legislación que garantiza los derechos jurídicos de aquélla y castiga a los culpables. Además, las estrategias centradas en la comunidad pueden concentrarse en habilitar a la mujer, llegar a los hombres y cambiar las creencias y actitudes que permiten el comportamiento abusivo. Sólo cuando la mujer ocupe el lugar que le corresponde en la sociedad, en pie de igualdad con el hombre, la violencia dirigida contra ella no será ya una norma invisible sino una horrible aberración.

Hoy día las instituciones internacionales hablan en contra de la violencia basada en el género. Encuestas y estudios están recogiendo más información sobre la prevalencia y la naturaleza del abuso. También está aumentando el número de organizaciones, proveedores de servicios y autoridades que reconocen las serias consecuencias adversas de la violencia contra la mujer para la salud de ésta y para la sociedad.

Un número creciente de programas de salud reproductiva y de médicos comprenden que tienen que desempeñar un papel clave en la tarea de abordar la violencia, no sólo ayudando a las víctimas, sino también previniendo el abuso. A medida que se conoce mejor el alcance de la violencia basada en el género y las razones subyacentes, mayor es el número de programas que encuentran distintas maneras de abordarla.

lunes, 24 de noviembre de 2008

CARACTERÍSTICAS PSICOLÓGICAS DE LOS HOMBRES QUE EJERCEN VIOLENCIA CONYUGAL




Actualmente se reconoce que la agresión entre los miembros del núcleo familiar no es un fenómeno nuevo. Por el contrario, ha estado presente durante las diversas épocas de la historia de las sociedades. No obstante, sólo en forma reciente ha empezado a ser objeto de estudio de la psicología y las demás disciplinas interesadas en el comportamiento social humano.


Una parte del interés en torno a la violencia dentro de la familia se ha centrado en los intentos por determinar la dimensión cuantitativa del fenómeno. Si bien las cifras difieren según la región y el contexto sociocultural donde se realizan los estudios, estos indican que la violencia dentro de la familia en sus diversas formas presenta una alta prevalencia entre personas de todas las edades, clases sociales, religiones y razas. De la misma forma, se ha presentado un aumento progresivo en el número y proporción de casos reportados durante los últimos años, lo cual puede ser indicativo tanto de una incidencia mayor
como de un cambio en la forma como se concibe este fenómeno a nivel legal, estatal, social e incluso teórico e investigativo.
A modo ilustrativo, en el caso de Colombia la encuesta representativa nacional de PROFAMILIA (1990) mostró que el 65% de las mujeres interrogadas declaró haber peleado alguna vez con su esposo o compañero de convivencia; el 18.8% reportó haber sido objeto de agresión física, el 30.4% de agresión verbal y el 8.8% de agresión sexual, todas éstas, formas de violencia ejercidas por parte del compañero conyugal.



No obstante, la evidencia de que es el hombre quien en la mayor parte de los casos ejerce violencia al interior de la relación de pareja, contrasta con la escasa investigación existente en el contexto colombiano e hispanoamericano en torno a las características psicosociales de tales hombres. Esto puede ser consecuencia de las dificultades prácticas y metodológicas que implica el trabajo con hombres renuentes a participar en los estudios, o bien de la existencia de juicios de valor en torno a personas frecuentemente estigmatizadas por sus comportamientos violentos y las consecuencias físicas y psicológicas de éstos sobre sus parejas.
Adicionalmente, estos inconvenientes limitan en gran medida el nivel de análisis de los datos obtenidos hasta el momento (Browne y Herbert, 1996). La mayor parte de los estudios sobre esta población corresponden a los resultados de experiencias de asistencia psicoterapéutica (Ortiz, 2000; Echeburúa, 1994; Corsi, 1989).


Los estudios antes mencionados, y otros realizados en contextos diferentes, han identificado diversas características sociodemográficas, culturales, psicológicas e incluso biológicas de los hombres que ejercen violencia hacia su cónyuge. Los modelos de explicación del fenómeno conforman un rango amplio y heterogéneo que recurre para su objetivo a hallazgos y supuestos de disciplinas como la biología, la psiquiatría, la epidemiología, la sociología, la antropología y las diversas corrientes psicológicas y psicodinámicas. Es innegable que la violencia familiar y conyugal en específico son fenómenos multideterminados, que en su origen y mantenimiento tienen la influencia de variables macroestructurales, individuales e intrapersonales.




En relación con las características individuales se han identificado, entre otras, condiciones biológicas (elevados niveles de testosterona), rasgos de personalidad (hostilidad, dependencia afectiva, celos excesivos, síntomas depresivos), e incluso trastornos psiquiátricos (trastorno de personalidad antisocial, depresión mayor, trastorno bipolar, abuso de sustancias). A nivel comportamental y cognitivo las investigaciones han identificado características como baja autoestima y autoconcepto, déficit en habilidades sociales dentro del contexto conyugal, dificultades para el afrontamiento de eventos estresantes, así como dificultades en la interpretación y expresión de emociones negativas (como tristeza o ira). También se ha identificado un amplio rango de distorsiones o esquemas cognitivos inadecuados, especialmente, en lo concerniente al comportamiento de la pareja, el rol como esposo o compañero conyugal y el papel de la agresión conyugal como forma de resolver conflictos, o poner fin a un evento o situación desagradable, ejerciendo de esta forma control sobre su ambiente.
Ante la complejidad del fenómeno de la violencia conyugal y el reducido número de estudios dedicados a la caracterización de los hombres que ejercen dicho tipo de violencia en el contexto latinoamericano, la presente investigación tuvo como objetivo establecer las características psicológicas de un grupo de hombres que ejercen comportamientos de agresión hacia su cónyuge a través de la comparación de las mismas características en hombres que no ejercen tales conductas. Las características tenidas en cuenta para la comparación fueron: nivel de estrés percibido, respuestas de afrontamiento ante situaciones estresantes, estilo de comunicación en situaciones de interacción con la pareja y nivel de rabia percibida.



Las hipótesis planteadas en el estudio fueron:
1. Los hombres que ejercen comportamientos violentos hacia su cónyuge actual presentarán una mayor proporción de comportamientos de comunicación agresiva o pasivo-agresiva con su pareja, a diferencia de los hombres sin antecedentes de ejercicio de violencia que presentarán una mayor proporción de comportamientos asertivos o pasivos.
2. Los hombres que ejercen comportamientos violentos hacia su cónyuge presentarán niveles de estrés percibido significativamente más altos que los de hombres sin
antecedentes de ejercicio de comportamientos violentos en su relación de pareja.
3. Los hombres que ejercen comportamientos violentos hacia su cónyuge presentarán diferencias significativas en sus respuestas de afrontamiento con respecto a los
hombres sin antecedentes de comportamientos violentos hacia su cónyuge.
4. Los hombres que ejercen comportamientos violentos hacia su cónyuge presentarán niveles de ira percibida significativamente más altos que los de los hombres sin
antecedentes de ejercicio de estos comportamientos.